A un año de haber iniciado el dar clases de yoga vía zoom, como maestros de yoga nos hemos tenido que adaptar: hemos abierto una ventana a nuestra privacidad.
Nuestros alumnos pueden ver cómo vivimos el yoga en casa.
Para algunos, que ya daban clases en su propio espacio, esto no fue un cambio significativo, pero para un porcentaje considerable, tuvimos que adaptar nuestras salas, recámaras, patios, incluso baños, para acomodarnos en la realidad de la pandemia. También hemos adaptado nuestra situación familar con los hijos en casa (los pequeños a veces haciendo sus apariciones o ayudando a su mamá, para bien o para mal). Han estado presentes también otros ayudantes gatunos o perrunos, con intervenciones, a veces tiernas, muchas veces cómicas.
Como maestros hemos tenido una ventana hacia la vida de nuestros alumnos. Si viven en espacios amplios o pequeños, si ya asumieron que esto va para largo y consiguieron su material de apoyo, o si siguen usando los objetos de su casa para practicar. A veces los hemos visto de vacaciones en alguna playa paradisiaca, lo que genera sentimientos encontrados.
Ha costado trabajo educar a los alumnos a colocar su cámara en el lugar correcto para verlos, pero a un año de estar en esto, algunos todavía no lo entienden, y a veces nuestra pantalla parece una colección de fotos artísticas y fragmentadas. Como maestros de yoga Iyengar estamos acostumbrados a corregir la alineación, pero si sólo ves un hombro, cómo sabes qué está pasando en la base de la postura? Muchas veces es una batalla perdida y lo que queda es pedirles que se miren a sí mismos y se corrijan. Tiene la ventaja de que los empodera y responsabiliza de su propia práctica.
A algunos alumnos les cuesta trabajo ser vistos y apagan sus cámaras. No quieren que extraños miren sus casas. Uno se pregunta si es por ésta invasión de la privacidad, o si no quieren que nadie sepa cómo viven, si tienen mucho o si tienen poco, si es muy elegante la casa o muy pobre, o si es porque viven con más personas que están en sus actividades ahí mismo. He visto el reflejo de la tv con las noticias mientras están practicando yoga, una combinación extraña.
Como maestros a veces nos entran algunas inseguridades sonoras: se escucha que mi esposo está regañando a mi hijo? Se escucha que pasó el ropavejero? Se oye que hay una construcción aquí al lado? Se oye la voz de mis vecinos chismeando? Se notó que mi gato estaba mordiendo mi tapete y lo regañé? Se escucha a mi hija cantando su canción favorita? Se escucha la clase de mi hijo en línea?
Al principio me arreglaba como siempre, bien peinada, un poco de pintura de ojos y labios, aretes, collar.
Mi hija un día me dijo que me veía más bonita sin pintar. Ahora casi siempre estoy con cara lavada. Mi piel está contenta.
Muchos de nosotros vivimos en espacios reducidos y tenemos que negociar y coordinar con nuestros familiares. No siempre es fácil y fue motivo de conflictos al principio de la pandemia. Poco a poco hemos logrado una coordinación en los espacios multiusos de la casa.
He visto bebés pañaludos que apenas aprendieron a caminar abrazando la pierna de su papá en trikonasana, he visto niños de 4 años imitando a sus papás en las posturas, he visto a niños de 9 años parándose de manos mientras su mamá está en savasana, he visto a niñas de 3 años que se quedaron dormidas en el sillón junto a su mamá. De los familiares peludos, he visto ayudantes que diligentemente besuquean a su amo mientras está en sirsasana, he visto el trasero de otros perritos, tan concentrados en ver lo que hace su amo que me dan su mejor cara, he visto persecuciones de varios gatitos o perritos, tirando objetos de sus dueños y recibiendo una regañiza, y podría seguir recordando y sonriendo.
Después de un año ya estamos más relajados y las novedades son menos. Que la pandemia haya servido para quitarnos algunas máscaras.